La Peregryna

[Idea]

CÓMO SE EDITA UN TEXTO: LAS CINCO REGLAS DE BOTSFORD

Daniel Gascón

manuscrito

[Gardner Botsford fue editor de The New Yorker. En este extracto de Life of Privilege, Mostly, expone unas reglas para editar un texto.]

A principios de 1948, la entrega de «Carta desde París» y «Carta desde Londres» se trasladó desde el domingo a un día más civilizado de la semana, y a mí me trasladaron con ella. Otra persona pasó a encargarse de las noches de domingo y empecé a dedicar la mayor parte del tiempo a editar largas piezas factuales:«Perfiles», «Reportajes» y textos de ese tipo. Seguí editando a Flanner y Mollie Panter-Downes –de hecho, a partir de entonces edité todo lo que cualquiera de los dos escribiese para la revista–, y también me asignaron a varios escritores de primera clase del New Yorker, con muchos de los cuales formé alianzas permanentes. Eso implicaba menos tiempo con los escritores de menor calidad con los que había…

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Granada, Flashback No. 1

Salgo del hotel a las ocho de la mañana. Recorro las calles a fuerza de que se me hagan familiares. Trato de localizar cajeros, es verdad, pero trato, ante todo, de localizar rutas. Es inevitable: a la primera interjección, me pierdo en los edificios, en los bares de tapas, en los comercios recién abiertos, en los extranjeros que caminan con sus mapas para llegar a  la parada del bus. Decido que lo mejor es fijarme en el mapa también, pero lo que es mejor aún, es ir a desayunar y planear la ruta desde cualquier café.

Llego a lo que parece un bar. Sirven comida. Pero es muy temprano. Me quedo porque es lindo, y porque, cuando me acerco, veo que en el menú hay de acompañamiento una especie de picante. Sí: he viajado sola desde hace un mes. He comprado numerosas latas de fabada porque me recuerdan los frijoles y he comido papas bravas de vez en vez cuando tengo antojo de chile. Soy un cliché.

El bar está casi desierto, quizá uno dos personas más además de mí. Veo esa máquina en donde las naranjas dan vueltas y se exprimen y sale el jugo. Se me antoja mucho. Pero el jugo vale tres euros. Tres. Traigo agua en una botella, así que puedo prescindir del zumo. No recuerdo el desayuno. Pido la orden y pregunto si puede traer un poco de picante. El mesero, al oírme, sonríe. Ante su gesto, sonrío también. Bajo la mirada y saco de mi bolso el mapa: tengo que caminar unas cuatro cuadras para arriba y esperar el transporte. El mesero, calmado y risueño, cambia el disco y noto que me ve. Tarda unos segundos, pero empieza a sonar un corrido. Yo subo la mirada y no lo creo: en un bar perdido de Granada, estoy escuchando a los Tigres del Norte.

-¿Mexicana?

-Mexicana, sí. ¿Cómo supo?

-Por su acento. No es español.

-El de usted tampoco, ¿dé donde es?

-De Venezuela.

-¿Y qué hace tan lejos?

-Pues ya ve, me vine a trabajar aquí. ¿Y usted?

-Vine a estudiar, no por mucho tiempo. Oiga, pero, ¿qué? ¿Allá se oyen mucho los Tigres del Norte?

-Si se conocen, pero yo los escuché mucho porque trabajé en Estados Unidos y había varios mexicanos allí.

-Sí, ya, ya entendí.

Platicamos otro poco. Le pregunto cosas para ver en la ciudad. Es un señor amable y curioso y me recomienda lugares. No sé por qué (quizá porque los ojos se me van por las naranjas) me dice que si quiero un zumo. Le digo que mi presupuesto es limitado y que traigo un poco de agua. Me lo sirve y me dice que no me preocupe. Es muy cortés. Me contó otras cosas más. Finalmente, le digo que mi boleto de la Alhambra es a las once y el mismo me apura para que no me lo pierda. Le agradezco las palabras, y la música, y el jugo. Me dice, solidariamente, que cualquier cosa que necesite lo busque allí.

Me despido, un poco desconcertada, pero feliz. Me resulta inimaginable la escena que acaba de pasar. Agradezco el guiño.

Tu nombre hecho de ruidos de palomas que se vuelan…

Hoy me acordé de Huidobro. Debe ser que algo del recuerdo viaja siempre en los puentes llenos de palabras. A ellos no les importa el tiempo, a la literatura tampoco, y es por ello que sus discursos nos dicen cosas del mundo que no entendemos pero que nos hacen vivir.

Y entonces estoy escribiendo ahora, brindando porque las historias sobreviven. Somos hablados por una narración que nos trasciende. Somos personajes que prestan sus bocas y oídos a las historias que se cuentan desde hace milenios.

…las palabras son semillas esparcidas. Nada muere, todo florece en otro tiempo, en otro espacio, en otra historia.

IN MEMORIAM. JCSC

About the Iliad. And the Greek song culture

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All the wistful beauty of sorrow for a life cut short comes back to life in song, and that song of the hero’s mother extends into a song that becomes the Iliad itself (…) For the culture of the Greeks was, and still is, a song culture. For them, to weep is to sing a lament, and the sorrow, in all its natural reality of physically crying and sobbing, is not at all incompatible with the art of the song: it flows into it.

Gregory Nagy, The Ancient Greek Hero (course).

Devuélveme mis ojos

Retiemble, con sus huesos, la tierra.

Nuevo Blog de Manzano

Estoy tirado en el suelo. Se nota dónde enterraron el cuchillo y me cortaron la cara. Se me ven los dientes. En vez de rostro hay carne expuesta y te atormentan dos huecos donde  deberían estar mis ojos.

Mis compañeros me estuvieron buscando y me encontraron convertido en símbolo. Quisieron arrebatarme de los míos, robarles la memoria para matarme, para borrarme y desparecerme ahora sí y para siempre. Quisieron convertirme en su crimen, su amenaza, su muñeco de espantajo y amedrento, pero yo vivo.

Vivo cuando mi madre llora y susurra mi nombre con la voz entrecortada, vivo en el funeral repleto de amigos y amados, multitud doliente que con su mera presencia refuta el terror y declara que entre ellos vivió alguien, un joven que conocieron y al que veían y querían ver, un ser que sigue siendo querido en su dolor, en su cariño y en sus recuerdos…

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Monedas

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…la moneda girando en el aire que nos muestra o nos engaña con sus mil caras. Postulo que esas monedas en el aire nunca caen, o si lo hacen, son tantas que no podemos identificar la nuestra. Tal vez sean espejos dobles que girando nos ciegan con sus reflejos. La moneda de plata la prefiero en la boca del rey. Nunca tiré monedas al aire para que fuera lo que ellas me indicaran. Nunca pude dejar de saber que los resultados de esos juegos eran falibles. Pensaba en la canción «Que sea lo que sea»… una frase entreguista, casi desilusionada. En cambio tu frase es determinante, rebelde, cuestionadora. Decís: ‘Pues que sea. Sólo eso. Que sea’. Valiente Muchacha.

Después la circularidad, la infinitud, la centralidad: el deseo, el amor, el sujeto. El deseo circula al objeto que nunca se alcanza, y el placer se obtiene en esa circulación. El Amor, desde ya, es la infinita maya que nos cubre; también es ese ángel para un final.

C.

De los objetos

Paseo en medio de dos mares, segundo día en Estambul.

Paseo en medio de dos mares, segundo día en Estambul.

En realidad nadie sabe que está viviendo el momento más feliz de su vida mientras lo vive. Puede que haya quienes piensen o digan sinceramente (y a menudo) en ciertos momentos de entusiasmo que están viviendo ese instante dorado de sus vidas, pero, a pesar de todo, con parte de su alma creen que más adelante vivirán momentos más hermosos y más felices. Porque, especialmente en la juventud, de la misma forma que nadie puede seguir viviendo si piensa en que a partir de ese momento todo va a ir peor, si uno es tan dichoso como para imaginarse que vive el momento más feliz de su vida, es lo bastante optimista como para pensar que el futuro también será hermoso.

Pero en los días en que sentimos que nuestra vida, como si fuera una novela, ha adquirido por fin su forma definitiva, podemos percibir y seleccionar, como hago yo ahora, cuál ha sido nuestro momento más feliz. Explicar por qué escogemos ese momento concreto de entre todos los que hemos vivido requiere que narremos de nuevo nuestra historia como una novela, por supuesto. Pero también sabemos que en cuanto señalemos el momento más feliz hará mucho que este habrá quedado en el pasado, que no volcerá nunca más y que, precisamente por eso, nos producirá dolor. Y lo único que puede hacernos soportable dicho dolor es poseer algún objeto perteneciente a ese instante dorado…

El museo de la inocencia. Orhan Pamuk

Los hombres del mar

Sebastian salgado

Sebastian salgado

No recuerdo su nombre. Pero puedo contarte que después de caminar dos horas por el malecón, todavía tuvimos fuerzas para bailar algún son en medio de la calle, apuntado a la madrugada. Y yo quise bailar más pero el lugar era reducido y eramos extranjeros. Me gustó caminar con una cerveza, ver la oscuridad del mar y tomarle fotografías a las olas que chocaban contra las rocas de la playa. Ver el faro. Oír las historias de hombres que conocían por primera vez el mar, que perdían sus lentes con el viento del golfo. Todos dejamos algo, dije, pero quizá no lo dije en voz alta.

Hubo poesía. De esa que no volverá a ser la misma porque necesita de un compañerismo que sólo se da en ciertos momentos, bajo ciertas circunstancias, y, porque no, bajo ciertos efectos. El del mar era imponente.

¿Qué quiero contarte?

No sé, perdona incluso si te tomo de pretexto para escribir. Hacía mucho que no lo hacía y por estos días he estado tan mal que quisiera sólo vomitar para que mi cuerpo disimule entre la gente que no está intoxicado.

Vuelvo a recordar que uno puede tener toda la voluntad del mundo y aun así, las cosas no siempre salen bien. Se supone que uno debe de estar contento con el esfuerzo que hubo, si es que lo hubo, y dejar de preocuparse porque las cosas pasaron o no.

No es mi caso, siempre he sido indecisa, aunque, cuando decido algo, soy infatigable. Bueno, tal vez era, ahora soy más fatigable que nunca porque estoy más vieja. Y recordar es cansado, lo es…

 

Me gustan los hombres del mar.

Enigma

 

Ansel Adams

El misterio que tú eres para mí
y yo soy para ti
y todos somos para todos…

¿Por qué actuamos así?
¿Por qué llegamos
a este momento inexplicable
(que es hoy y siempre)?

Si supiera quién eres y quién soy,
si supiese por qué eres y por qué soy,
la vida perdería su intensidad lacerante.

Dejaría de ser lo que es en verdad:
el enigma sin fondo.

José Emilio Pacheco

FE

Ansel Adams

Fe es cuando alguien ve una hoja

en el agua o gotas de rocío

y sabe que son porque son necesarias.

Aunque se cierren los ojos, se sueñe,

en el mundo habrá sólo lo que había,

y las aguas del río seguirán llevando la hoja.

 

Fe es también cuando te hieres

la pierna con una piedra y sabes

que las piedras son para herir las piernas.

Mirad cómo el árbol tiene una larga sombra,

y nuestra sombra y la de los árboles cae en la tierra.

Lo que no tiene sombra no tiene fuerza para vivir.

 

De <<Salvación>> Czestaw Mitosz